La crisis de la Edad Media
La interpretación de la crisis es, no obstante, un problema sumamente complejo. Como en tantas otras ocasiones, a propósito de cuestiones históricas controvertidas, puede decirse que han corrido ríos de tinta y que ha habido opiniones para todos los gustos, llegando algunos historiadores incluso a negar que hubiera crisis en la época final de la Edad Media. Ahora bien, partiendo de lo que juzgamos un hecho incontrovertible, la realidad de la crisis bajomedieval, es preciso destacar la existencia, como mínimo desde los años treinta del siglo XX, de un intenso debate historiográfico sobre el particular. En el mismo se han utilizado, básicamente, dos modelos teóricos de referencia, el "malthusiano", por una parte, y el "marxista", por otra. También se ha discutido si la crisis revelaba la decadencia de un sistema o si, por el contrario, suponía el anuncio de la próxima génesis, por supuesto difícil, de un nuevo mundo. En otras palabras, nos encontraríamos con la dialéctica entre una crisis depresiva o una crisis de crecimiento. Mas lo cierto es que en los últimos años se ha puesto especial énfasis en contemplar la mencionada crisis no sólo desde el prisma socio-económico, sin duda el privilegiado en la tradición historiográfica, sino también desde otras perspectivas. Algunos historiadores han puesto de relieve el impacto ejercido por la gran depresión europea de los siglos XIV y XV en ámbitos de la actividad humana tan variados como el político, el intelectual o el artístico.
Transformaciones culturales y religiosas
La época áurea de la cultura clásica musulmana fueron los siglos IX al XI, cuando se tradujeron y se asimiló el contenido de numerosas obras filosóficas y científicas griegas, y también de otras iranias. Se fundaron bibliotecas con apoyo político en Bagdad, en la llamada "Casa de la Sabiduría" y Basra en el siglo IX, El Cairo y Córdoba en el X, y todavía en el XI las cortes provinciales, desde los taifas andalusíes hasta los samaníes y gaznovíes del extremo oriental, mostraron una vitalidad cultural extraordinaria. Pero, ¿qué composición tenía aquella cultura profana (adab) cuyo dominio era necesario para el hombre que quisiera moverse en los medios cortesanos y urbanos? La filosofía y la ciencia eran de origen griego mientras que la reflexión ética incorporaba elementos iranios (por ejemplo, en el "Libro de la Conducta" de Ibn al-Muqaffa): se trataba pues, de asimilar ideas y conocimientos exteriores al Islam, de desarrollar nuevas reflexiones y experiencias a partir de ellos o de construir obras con espíritu enciclopédico, pero no se superaron dos límites: no hubo, o apenas, renovación de métodos, y no hubo flexibilidad o interés cultural a la hora de desarrollar el diálogo y la concordancia entre razón y fe.
La historia de los filósofos musulmanes lo muestra con claridad porque aunque buscaron la construcción de un sistema de búsqueda de la verdad con medios racionales, nunca se pudo integrar o coordinar con la fe revelada y, al cabo, la filosofía permaneció como un elemento extraño, poco influyente y minoritario en el seno de la cultura islámica, e incluso fue condenada por los ortodoxos rigoristas aunque ya el más antiguo de aquellos filósofos, al-Kindi había expresado el principio de que nada derivado de la reflexión filosófica podía ser contradictorio u opuesto a la fe. A pesar de tantas limitaciones, sus cultivadores son hoy conocidos por la profundidad de su pensamiento y por la influencia que ejercieron en algunos aspectos del renacimiento filosófico europeo, posterior en varios siglos. El punto de partida era el neoplatonismo de la Antigüedad tardía, al que se añadieron posteriormente los comentarios y reflexiones sobre la obra de Aristóteles.
Desde comienzos del siglo IX a mediados del XI, los principales autores trabajan en Oriente Medio. El persa Al-Razi entendía la realidad a partir de cinco principios eternos (Demiurgo, alma universal, materia, espacio y tiempo), introduciendo elementos maniqueos y otros relativos a la eternidad del mundo que no eran compatibles con el Islam: en él se hallan los grandes temas que preocuparon a aquellos filósofos, tales como la condición creada o eterna del universo o la suerte del ser personal más allá de esta vida. La metafísica de al-Farabi pretendía combinar neoplatonismo y esoterismo si´i desarrollando la teoría de las diez inteligencias que emanan una a partir de otra desde el principio o Ser Supremo; la última, inteligencia activa, única accesible a los hombres es, sin embargo, suficiente para permitirles el conocimiento del ser y su participación en él. Al Farabi tocó también cuestiones éticas y sociales, con criterio platónico, en su "La ciudad perfecta". En el primer tercio del siglo XI, Miskawayh en el campo de la ética y, sobre todo, Ibn Sina (Avicena, m. 1037) en el de la metafísica y la teoría política, llevaron la falsafa a su culminación pues el rechazo religioso y político, encabezado por autores ilustres como al-Gazali, impidió ir más allá. Con la excepción del iraní al-Suhrawardí (m. 1191), la filosofía sólo encontró nuevos cultivadores de relieve en al-Andalus donde ya había destacado Ibn Masarra (m. 931): en el siglo XII escribieron Ibn Bayya (Avempance, m. 1138), Ibn Tufayl y, en especial, Ibn Rusd (Averroes, m. 1198), una de las cumbres de la filosofía medieval, que combinaba sus conocimientos jurídicos y la práctica de la medicina con una capacidad excepcional de reflexión: fue el único filósofo musulmán capaz de asimilar y comentar la obra de Aristóteles, rompiendo con siglos de neoplatonismo; por eso tendría tanta influencia en los medios intelectuales europeos de la segunda mitad del siglo XIII, empeñados en una revolución hasta cierto punto comparable.
Los conocimientos sobre ciencias y técnicas no tropezaron con aquellas resistencias. Por el contrario, sus cultivadores musulmanes demostraron un ingenio excelente a la hora de transmitir saberes de la Antigüedad o de otras civilizaciones y de conseguir nuevos descubrimientos en diversos campos. En este aspecto, más que en otros, la cultura clásica musulmana fue un eslabón imprescindible en la cadena histórica del conocimiento. Difundieron el uso del cero, de origen indio, y de los guarismos, que los europeos no aceptarían plenamente hasta el siglo XI, progresaron en materias de álgebra y trigonometría, en óptica, al estudiar el principio de refracción, en química -a ellos se debe la obtención del alcohol y los primeros métodos de destilación-, en mecánica, al construir complicados autómatas, en medicina, donde los saberes sintetizados en los libros de Avicena o Averroes se estudiaron durante muchos siglos, o en la descripción de la tierra y del cielo pues mejoraron las técnicas de medición de meridianos, difundieron la utilización del astrolabio y mantuvieron una cartografía menos trabada que la cristiana de la época por elementos simbólicos.
Hay que relacionar esto con la curiosidad y capacidad descriptiva de sus viajeros y geógrafos desde el siglo IX al XI, aunque todavía en la primera mitad del XIV se halla la figura extraordinaria de Ibn Batuta: el espacio islámico, en contacto con tantas tierras, mares y culturas, y la importancia de las relaciones comerciales contribuyen a explicar la obra de geógrafos como Ibn Jordadbeh o Qudama ben Ga'far, y de viajeros como el autor de la "Relación de Chinay de la India" (año 851) o como Ibn Fadlan, que escribe en el 921 su relato del viaje al país de los búlgaros del Volga. Posteriormente, autores como Ibn Rustah, Mas'udi, Ya'qubi, Ibn Hauqal o al-Muqaddasi, entre otros, combinan descripciones de tierras y de sociedades con datos preciosos para la historia de su tiempo. Es notable que el Islam clásico no haya conocido un desarrollo historiográfico comparable; al fomentar su religión, tal vez más que otras de la época, un estado general de menosprecio hacia el valor creativo del tiempo, y ofrecer por otros medios guías morales o sociales, la historia ni es cauce de reflexión filosófica ni tampoco vehículo para el ejemplo moral; queda reducida al relato de conquistas, acontecimientos dinásticos, anales palatinos o urbanos, y al género, tan peculiar, de los diccionarios biográficos. La ignorancia del pasado preislámico hace que rara vez se consideren los modelos historiográficos de culturas anteriores, al contrario de lo que ocurría en el mundo cristiano de aquella época: en este aspecto, como en el filosófico, la divergencia cultural aumentaría con el paso del tiempo.
La larga duración de muchos aspectos de la civilización del Islam clásico no debe observarse sólo a través del hecho religioso o de la permanencia de sistemas de organización política tradicionales, sino teniendo en cuenta los variados aspectos geográficos, económicos y culturales; sólo así puede comprenderse bien la riqueza de aquella civilización, la importancia de sus éxitos históricos hasta el siglo XI y muchas de las razones que explican su voluntad de permanencia y sus ideales de restauración en tiempos posteriores.
Pronto, ante el auge de estas comunidades monacales o monasterios, se vio la necesidad de dictar "reglas" estrictas para organizar la convivencia y fijar la manera en que debía ser realizado el servicio a Dios y a la comunidad. En uno de los primeros monasterios, la abadía de Montecassino (Italia), san Benito de Nursia (480-550 d.C.) estableció una "regla" para regular la vida espiritual y administrativa de los miembros de la congregación. Esta "regla", que rige la vida de las comunidades benedictinas hasta hoy en día, sirvió de punto de partida para la adopción de otras posteriores que han regulado la vida de los monasterios durante muchos siglos. En resumidas cuentas, los miembros de las comunidades religiosas hacen voto de castidad y obediencia, siendo su obligación rezar y cantar los Oficios Divinos. Las distintas "reglas" regulan también aspectos como los tiempos de trabajo, oración, descanso o lectura.
Desde finales del siglo IV, el ideal de vida ascético promovió la multiplicación de numerosas fundaciones, con el objetivo de difundir la vida espiritual entre las poblaciones rurales. Los monasterios tuvieron un gran desarrollo durante la Edad Media, convirtiéndose en un aspecto clave de la política de colonización de nuevas tierras. Las comunidades poseían grandes extensiones de terreno y numerosos sirvientes. Buena parte de la vida económica, social y cultural de las gentes medievales se articulaba en torno al monasterio, organizado siempre siguiendo un modelo ideal.
El edificio principal del monasterio era la iglesia, más o menos grandes dependiendo de las posibilidades de la comunidad. El claustro, con jardín y fuente, era el centro de la vida monástica y el lugar donde meditaban y encontraban algo de esparcimiento.
En los scriptoria, los monjes amanuenses se dedicaron a copiar textos, lo que permitió en gran medida la transmisión del saber de la antigüedad greco-romana, que, de otra forma, se hubiera perdido. Cocina, dormitorios, refectorios y sala capitular completaban las dependencias del monasterio.
Autosuficientes, los monasterios disponían de huertos y granjas. Para trabajar en ellos, contaban con el servicio de campesinos dependientes, pues los monasterios actuaban como grandes propietarios o señores.
Simultáneamente, los monjes actuaban en oficios varios, como sastres, zapateros, tejedores, carpinteros o albañiles. Ora et labora, el oficio manual se consideraba tan importante como el ejercicio del espíritu.
Los grandes descubrimientos geográficos
Descubrimientos geográficos
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Durante gran parte de la Edad Media los conocimientos geográficos de los europeos se limitaron a su propio continente y a los países de la cuenca del Mediterráneo. A raíz de lasCruzadas se estableció un estrecho contacto con el Oriente. En el siglo XIII el venecianoMarco Polo viajó por tierra a la remota China y vivió durante varios años en la corte del emperador mongol Kublai Kan. A su regreso a Europa dio a conocer las maravillas que había visto.
El comercio con Asia se hacía por mar y tierra. Todas las mercaderías pasaban por muchas manos y cada mercader deseaba hacer su ganancia. Los más beneficiados eran los mercaderes italianos ya que ellos tenían prácticamente un monopolio sobre las rutas del Mediterráneo. Como consecuencia los consumidores en el resto de Europa debían pagar elevados precios por las especias, sedas y otras codiciadas mercaderías del Oriente.
Los europeos tenían un fuerte interés por las mercaderías importadas, pero no deseaban pagar los altos precios. Los comerciantes de la Europa occidental empezaron a buscar medios para quebrar el monopolio de los italianos y para hacer todo el comercio por mar.Debía ser posible descubrir una ruta marítima directa a las Indias.
Desde el siglo XII la navegación hizo considerables progresos. Los hombres aprendieron a construir barcos más grandes y seguros. Especial importancia tuvieron dos inventos: la brújula y el astrolabio. Antes un capitán sólo había podido orientarse por el sol y las estrellas, pero no había podido calcular la posición del barco. Por eso los barcos preferían mantenerse a la vista de la costa y temían salir a alta mar. En el siglo XII navegantes europeos empezaron a usar la brújula que pueden haber conocido de los árabes o en la China. El astrolabio que se empezó a usar en el siglo XV, era un instrumento que permitía determinar la posición de un barco mediante la observación de los astros. A partir del siglo XIII los navegantes pudieron disponer de portulanos, mapas bastante exactos de los puertos y de las costas.
El deseo de descubrir nuevas rutas marítimas impulsó a los hombres a emprender audaces viajes en el curso de los cuales no sólo exploraron mares desconocidos, sino que también descubrieron nuevas tierras y nuevos continentes.
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Los primeros que se atrevieron a abandonar las costas conocidas fueron los portugueses. El infante portugués Enrique, el Navegante (1394-1460), deseoso de aumentar el poder de Portugal y de difundir la fe cristiana, consagró toda su vida y sus medios al estudio científico de la navegación en el Atlántico y a la exploración de la costa africana. Fundó una escuela de navegación en Sagres y contrató a los mejores capitanes y cartógrafos. Sus barcos navegaron hasta las Azores, Madeira, las Islas de Cabo Verde y la Costa de Oro.
En 1487 Bartolomé Díaz llegó hasta el extremo sur de África al cual dio el nombre de Cabo de las Tormentas. Su viaje ofreció la prueba de que había una pasada al Oriente. La buena noticia indujo al rey de Portugal de cambiar el nombre del cabo por el de Cabo de la Buena Esperanza.
En julio de 1497 Vasco de Gama zarpó de Lisboa con cuatro barcos. En noviembre del mismo año pudo bordear el Cabo, luego navegó por la costa oriental de África hacia el norte y cruzó el Océano Indico. En mayo de 1498 llegó a Calicut en la India. En septiembre de 1499 estuvo de vuelta en Lisboa donde recibido con delirante entusiasmo. Había perdido dos barcos y las dos terceras partes de la tripulación. La venta de las especias y joyas que había comprado en la India arrojó una suma sesenta veces mayor que todo el costo de la expedición. Finalmente, se había descubierto una ruta marítima directa a las Indias que permitía prescindir de todos los intermediarios y romper el monopolio de los comerciantes asiáticos e italianos.
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Mientras tanto España, por su parte, había iniciado la exploración de un camino directo a la India. Cristóbal Colón, proveniente de Génova en Italia, estaba convencido de que la Tierra era redonda e, influido por las ideas del astrónomo florentino Toscanelli pensó que la ruta a la India por el oeste era más corta que por el este.
Colón ganó el apoyo de los Reyes Católicos, Fernando e Isabel. El 3 de agosto de 1492 Colón partió con tres barcos del puerto de Palos. El 12 de octubre de 1492 descubrió la isla de Guanahani, una isla de las Bahamas. Luego siguió viaje a Cuba e Hispaniola (Haití) y regresó triunfante a España. En tres viajes posteriores exploró gran parte de las Antillas y las costas de Venezuela y de América Central. Convencido de que había descubierto el camino del oeste, dio a las tierras descubiertas el nombre de Indias.
Los Reyes Católicos, con el fin de asegurar sus derechos sobre las nuevas tierras, recurrieron al Papa Alejandro VI el cual en 1493 les garantizó por medio de tres Bulas la posesión de las tierras situadas a 100 leguas al oeste de las Azores.
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La decisión pontificia fue desconocida por la corte de Lisboa. Surgió el peligro de que estallara la guerra. Mas las dificultades pudieron ser superadas y en 1494 España y Portugal firmaron el Tratado de Tordesillas en el cual se trazó una línea de demarcación de polo a polo fijada a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde (48º oeste de Greenwich).
El mundo quedó dividido en dos hemisferios: Occidente para España, Oriente para Portugal. Como exploraciones posteriores demostrarían que el extremo oriental de Sudamérica quedaba al este de la línea de demarcación, Brasil llegaría a ser portugués. En Asia, por otra parte, las islas Filipinas pasarían a ser posesión española.
En los primeros decenios del siglo XVI la exploración del Nuevo Mundo hizo rápidos progresos. Europa recibió las primeras noticias más detalladas sobre las nuevas tierras a través de los relatos de Américo Vespucio, italiano que participó en algunas expediciones españolas y portuguesas a la costa oriental de Sudamérica. El geógrafo Martin Waldseemüller, creyendo que Américo Vespucio era el descubridor del Nuevo Mundo, propuso en 1507 dar al continente el nombre de América.
Los viajes exploratorios culminaron en la expedición de Hernando de Magallanes que por primera vez dio la vuelta al mundo. Magallanes, portugués al servicio del monarca español Carlos V, partió en 1519 de España con 5 barcos y 243 hombres. Cruzó el Atlántico, avanzó por la costa del Brasil y Argentina y atravesó el estrecho que lleva su nombre. Cruzó el Pacífico y llegó hasta las Filipinas donde fue muerto por los naturales. Uno de sus oficiales, Sebastián Elcano, tomó el mando, cruzó el Indico, dobló el Cabo de Buena Esperanza y pudo regresar a España, después de casi tres años de ausencia, con un solo barco y 18 tripulantes.
Volvía a Europa el primer barco que había dado la vuelta al mundo, demostrando que la Tierra era redonda y, que América era un Nuevo mundo.
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Durante gran parte de la Edad Media los conocimientos geográficos de los europeos se limitaron a su propio continente y a los países de la cuenca del Mediterráneo. A raíz de lasCruzadas se estableció un estrecho contacto con el Oriente. En el siglo XIII el venecianoMarco Polo viajó por tierra a la remota China y vivió durante varios años en la corte del emperador mongol Kublai Kan. A su regreso a Europa dio a conocer las maravillas que había visto.
El comercio con Asia se hacía por mar y tierra. Todas las mercaderías pasaban por muchas manos y cada mercader deseaba hacer su ganancia. Los más beneficiados eran los mercaderes italianos ya que ellos tenían prácticamente un monopolio sobre las rutas del Mediterráneo. Como consecuencia los consumidores en el resto de Europa debían pagar elevados precios por las especias, sedas y otras codiciadas mercaderías del Oriente.
Los europeos tenían un fuerte interés por las mercaderías importadas, pero no deseaban pagar los altos precios. Los comerciantes de la Europa occidental empezaron a buscar medios para quebrar el monopolio de los italianos y para hacer todo el comercio por mar.Debía ser posible descubrir una ruta marítima directa a las Indias.
Desde el siglo XII la navegación hizo considerables progresos. Los hombres aprendieron a construir barcos más grandes y seguros. Especial importancia tuvieron dos inventos: la brújula y el astrolabio. Antes un capitán sólo había podido orientarse por el sol y las estrellas, pero no había podido calcular la posición del barco. Por eso los barcos preferían mantenerse a la vista de la costa y temían salir a alta mar. En el siglo XII navegantes europeos empezaron a usar la brújula que pueden haber conocido de los árabes o en la China. El astrolabio que se empezó a usar en el siglo XV, era un instrumento que permitía determinar la posición de un barco mediante la observación de los astros. A partir del siglo XIII los navegantes pudieron disponer de portulanos, mapas bastante exactos de los puertos y de las costas.
El deseo de descubrir nuevas rutas marítimas impulsó a los hombres a emprender audaces viajes en el curso de los cuales no sólo exploraron mares desconocidos, sino que también descubrieron nuevas tierras y nuevos continentes.
Los primeros que se atrevieron a abandonar las costas conocidas fueron los portugueses. El infante portugués Enrique, el Navegante (1394-1460), deseoso de aumentar el poder de Portugal y de difundir la fe cristiana, consagró toda su vida y sus medios al estudio científico de la navegación en el Atlántico y a la exploración de la costa africana. Fundó una escuela de navegación en Sagres y contrató a los mejores capitanes y cartógrafos. Sus barcos navegaron hasta las Azores, Madeira, las Islas de Cabo Verde y la Costa de Oro.
En 1487 Bartolomé Díaz llegó hasta el extremo sur de África al cual dio el nombre de Cabo de las Tormentas. Su viaje ofreció la prueba de que había una pasada al Oriente. La buena noticia indujo al rey de Portugal de cambiar el nombre del cabo por el de Cabo de la Buena Esperanza.
En julio de 1497 Vasco de Gama zarpó de Lisboa con cuatro barcos. En noviembre del mismo año pudo bordear el Cabo, luego navegó por la costa oriental de África hacia el norte y cruzó el Océano Indico. En mayo de 1498 llegó a Calicut en la India. En septiembre de 1499 estuvo de vuelta en Lisboa donde recibido con delirante entusiasmo. Había perdido dos barcos y las dos terceras partes de la tripulación. La venta de las especias y joyas que había comprado en la India arrojó una suma sesenta veces mayor que todo el costo de la expedición. Finalmente, se había descubierto una ruta marítima directa a las Indias que permitía prescindir de todos los intermediarios y romper el monopolio de los comerciantes asiáticos e italianos.
Mientras tanto España, por su parte, había iniciado la exploración de un camino directo a la India. Cristóbal Colón, proveniente de Génova en Italia, estaba convencido de que la Tierra era redonda e, influido por las ideas del astrónomo florentino Toscanelli pensó que la ruta a la India por el oeste era más corta que por el este.
Colón ganó el apoyo de los Reyes Católicos, Fernando e Isabel. El 3 de agosto de 1492 Colón partió con tres barcos del puerto de Palos. El 12 de octubre de 1492 descubrió la isla de Guanahani, una isla de las Bahamas. Luego siguió viaje a Cuba e Hispaniola (Haití) y regresó triunfante a España. En tres viajes posteriores exploró gran parte de las Antillas y las costas de Venezuela y de América Central. Convencido de que había descubierto el camino del oeste, dio a las tierras descubiertas el nombre de Indias.
Los Reyes Católicos, con el fin de asegurar sus derechos sobre las nuevas tierras, recurrieron al Papa Alejandro VI el cual en 1493 les garantizó por medio de tres Bulas la posesión de las tierras situadas a 100 leguas al oeste de las Azores.
La decisión pontificia fue desconocida por la corte de Lisboa. Surgió el peligro de que estallara la guerra. Mas las dificultades pudieron ser superadas y en 1494 España y Portugal firmaron el Tratado de Tordesillas en el cual se trazó una línea de demarcación de polo a polo fijada a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde (48º oeste de Greenwich).
El mundo quedó dividido en dos hemisferios: Occidente para España, Oriente para Portugal. Como exploraciones posteriores demostrarían que el extremo oriental de Sudamérica quedaba al este de la línea de demarcación, Brasil llegaría a ser portugués. En Asia, por otra parte, las islas Filipinas pasarían a ser posesión española.
En los primeros decenios del siglo XVI la exploración del Nuevo Mundo hizo rápidos progresos. Europa recibió las primeras noticias más detalladas sobre las nuevas tierras a través de los relatos de Américo Vespucio, italiano que participó en algunas expediciones españolas y portuguesas a la costa oriental de Sudamérica. El geógrafo Martin Waldseemüller, creyendo que Américo Vespucio era el descubridor del Nuevo Mundo, propuso en 1507 dar al continente el nombre de América.
Los viajes exploratorios culminaron en la expedición de Hernando de Magallanes que por primera vez dio la vuelta al mundo. Magallanes, portugués al servicio del monarca español Carlos V, partió en 1519 de España con 5 barcos y 243 hombres. Cruzó el Atlántico, avanzó por la costa del Brasil y Argentina y atravesó el estrecho que lleva su nombre. Cruzó el Pacífico y llegó hasta las Filipinas donde fue muerto por los naturales. Uno de sus oficiales, Sebastián Elcano, tomó el mando, cruzó el Indico, dobló el Cabo de Buena Esperanza y pudo regresar a España, después de casi tres años de ausencia, con un solo barco y 18 tripulantes.
Volvía a Europa el primer barco que había dado la vuelta al mundo, demostrando que la Tierra era redonda y, que América era un Nuevo mundo.
Economía y sociedad
El mundo urbano sasánida sólidamente sostenido por la agricultura se desarrollará también gracias al comercio. Las viejas y nuevas ciudades se poblaron de artesanos, muchos de ellos prisioneros de guerra, que gozaron de un estatus especial que les dispensaba del servicio militar y les obligaba a pagar únicamente el impuesto personal de la capitación; aunque en caso de guerra debían de asumir pesados tributos especiales. La actividad mejor conocida de estos artesanos era la elaboración de tejidos de seda, tapices y cerámica.
El imperio sasánida, como todos los otros que se han asentado en este crucial territorio, supo aprovechar su situación geográfica para desarrollar un intenso comercio de intercambio entre el mundo oriental en general y el chino en especial, y el mundo mediterráneo.
Desde Ctesifonte, las rutas hacia el Este pasaban por Hamadam, Susa, Persia y bordeaban el golfo Pérsico; mientras las que iban por el interior, desde Hamadan, llegadas al mar Caspio, continuaban hacia Kabul y llegaban a China. Por estos itinerarios centroasiáticos, a pesar de las sucesivas guerras, siempre se mantuvieron buenas relaciones comerciales con los kusanas, los hunos heftalitas y las diversas tribus turcas. Lo mismo sucedía en el frente occidental con los armenios, los romanos y después los bizantinos. La marina que desarrollaron los sasánidas en el golfo Pérsico captó gran parte del comercio del Océano Índico en perjuicio de las naves árabes.
Los principales objetos de exportación sasánidas giraban en torno al lujo y a la fama de su refinada corte verdadera consumidora de artes suntuarias. La orfebrería con sus escenas de caza, de banquetes o de regresos triunfales de rey, será muy apreciada tanto en el exterior como en el interior. Las suntuosas sedas con sus motivos de animales enfrentados o con personajes cazando, y los grandes platos de plata y las copas trabajadas eran también muy apreciadas en el exterior y servían también para transmitir una idea de la grandiosidad y refinamiento del imperio.
La base económica de todo este intercambio fue una moneda de oro, el denar, que era aceptada por su calidad en los mercados internacionales en igualdad al nómisma bizantino, si bien la moneda mas corriente era el direm de plata que, con un peso casi constante entre los 3,65 y los 3,94 gramos, era muy bien aceptada por todos los comerciantes. Esta moneda llevaba en el anverso el busto del rey de reyes, con inscripciones en pehleví, y en el reverso el templo del fuego.
La jerarquizada sociedad sasánida y su estructuración económica y social hizo que los principales beneficiarios del comercio y de la riqueza agrícola fueran las dos clases especialmente privilegiadas: la nobleza y la clase sacerdotal; mientras el pueblo llano, los pequeños agricultores y los artesanos llevaron sobre sus espaldas el peso de la mayoría de sus impuestos. Estas desigualdades contribuyen a explicar el éxito de ciertas teorías igualitarias que de vez en cuando aparecerán, tal es el caso de Mazdek, que sus teorías puso en un serio peligro al propio régimen.
A pesar del teórico monopolio religioso del zoroastrismo se sabe que la corte imperial fue por lo general un centro abierto y tolerante. El gran Cosroes acogió en su palacio a filósofos bizantinos, utilizó a cristianos en altos cargos y animó la enseñanza de la medicina. A su vez, la influencia oriental y sobre todo india se notó especialmente en la literatura con la traducción al pehleví de las fábulas de "Kalila y Dimna". Mientras en los círculos aristocráticos, especialmente de la pequeña nobleza, se manifestaba un cierto clima de crítica contra el dogmatismo zoroastrista.
La base económica de la sociedad sasánida era la agricultura y su explotación dentro de la mas pura raíz mesopotámica. Las grandes propiedades, en manos de la nobleza, de los grandes templos del fuego y del Estado configuraban el modo de explotación mas corriente, que no es del todo bien conocido. En este marco agrícola los esclavos, según parece, estaban en un proceso de emancipación, si bien los campesinos considerados libres estaban sujetos a la tierra que cultivaban como los siervos de la gleba. Sucesivas leyes reales protegieron a los campesinos frente a los nobles, pero ninguna les eximió del pago de los impuestos de capitación y de los que gravaban la tierra. La explotación de las fértiles llanuras de Mesopotamia se hacía respetando estrictamente las reglamentaciones más tradicionales, lo que permitió un florecimiento del mundo agrícola y éste a su vez un desarrollo urbano.
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